Cuando hablamos de producción industrial, nos solemos imaginar grandes maquinarias funcionando solas; sin humanos, y con una tecnología autosuficiente. Si bien hay máquinas muy avanzadas, se necesitan humanos que las usen, las controlen, las reparen.
Muchos procesos mecanizados en la producción no son para “sustituir al humano” sino para facilitar algunas técnicas y mediar un proceso de creación distinto. Lo que es más importante, la producción mecánica no tiene porque conllevar condiciones laborales ínfimas ni un mal pago; quienes están trabajando con la máquina siguen siendo personas, con toda la sensibilidad, creatividad y dignidad que significa.
Durante nuestra visita en Contla conocimos el taller de la familia Cuatecontzi, y pudimos apreciar, de primera mano, la creatividad, el esfuerzo manual, y el conocimiento ingenieril que conlleva un telar mecánico.
Los telares mecánicos impulsaron una serie de cambios sociales alrededor del mundo, y México no quedó atrás. Desde 1800’s se comenzaron a importar máquinas para la producción industrial de hilo y telas. En el Porfiriato se impulsó la industria textilera en el valle Puebla-Tlaxcala. Con el paso del tiempo las fábricas de textiles (hilatura y tejidos) se volvieron el sector industrial más importante de la región. Dentro de este sector se encuentran distintas formas de producción, maquilas grandes, talleres más pequeños y hasta productores individuales, cuyo trabajo con la máquina es más bien artesanal y no producción masiva.
Juan Cuatecontzi, es originario de Contla (Tlax.), y creció alrededor de la industria textil. Su mamá tenía una máquina de telar. Y aunque Juan se dedicó a los textiles, no se quedó en su ciudad, estuvo moviéndose a lo largo de la república, trabajando de “corretero”, arreglando las máquinas. Un día decidió comprar su propia máquina, y hace 20 años dio inicio a su taller familiar. Durante un tiempo mantuvo su trabajo como corretero. Llegaba de la fábrica para seguir trabajando en su casa. Sus hijos se empezaron a involucrar poco a poco. Actualmente Juan lleva el taller con su hijo Abraham. Tejen rebozos, los cuales venden sobretodo en Santa Ana Chiautempan (Tlax.). El taller de la familia Cuatecontzi se encuentra muy cerca de su casa, y les permite mantener una producción por medio del empleo autogestivo.
Sus telares son en si mismo una pieza histórica, con unos ochenta años de antigüedad. En su mayoría de un fabricante que ya ni siquiera existe. Para lograr las texturas y las tramas de los rebozos, se necesita un gran conocimiento de la máquina. Es casi como un proceso de deconstrucción, de desmenuzar los entramados y traducirlos en un sistema tipo binario; con que una piececita salga de su lugar, y el tiraje se arruina.
Los rebozos Cuetencontzi son realizados con acrylan: son producidos con cuidado y entrega. A diferencia de la mecanización de la humanidad misma que sucede en las maquiladoras, en el taller familiar hay lugar para la creatividad, tratos justos y dinámicas autogestivas.